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Recordando la cena a la que había asistido la víspera, principios de 1923, la escritora Virginia Woolf anotaba en su diario: “Resultó una noche brusca y difícil... Ambos nos parecieron tontos sin remedio”. Entre los invitados al evento se encontraban su hermana Vanessa y su marido, el pintor Duncan Grant; su esposo Leonard; el escritor Lytton Strachey; y el matrimonio Nicolson: Vita Sackville-West y su marido Harold. El despiadado comentario de Virginia se refería a ellos.
Los Nicolson eran una de las parejas más controvertidas, exquisitas y cultas de Londres. Ambos eran homosexuales y llevaban un matrimonio abierto. Pero Bloomsbury, el círculo de intelectuales que se desarrolló en torno a Virginia Woolf, no se dejaba impresionar por el esnobismo aristocrático y Vita, que no dominaba el arte de la réplica, se mostró vacilante e insegura. Un comienzo poco prometedor para ella, que admiraba profundamente a Virginia, y estaba deseosa de intimar con la escritora.
El encuentro. La admiración de Vita se desbocó desde el primer momento. “Adoro a Virginia Woolf y tú también la adorarías”, escribió a su padre, el tercer barón de Sackville. “Te rendirías ante su encanto y personalidad. Pocas veces he quedado tan prendada de alguien. La cabeza me da vueltas pensando en ella”. Las anotaciones íntimas de Virginia no fueron tan entusiastas: “No es muy de mi gusto severo: recargada, bigotuda, con los colores de un periquito y toda la soltura de la aristocracia, pero sin el genio del artista”. Aún así, la invitó a Hogarth House, su casa de Richmond.
Su relación de amistad fue creciendo lentamente, con cautela. “Les costó dos años alcanzar cierta intimidad y varios más admitir que se querían”, cuenta Nigel Nicolson, hijo de Vita.
(Más información en: MujerHoy.com)
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